lunes, 28 de noviembre de 2011

Saeta Sevillana




Se da la circunstancia de que este tipo de obras, para bien y/o para mal son hijas siempre de su tiempo. Por muy adelantado que haya sido el autor, el peso del contexto ha terminado por oprimir en algunos puntos a la obra. Y ello no ha de ser visto como algo negativo sino, más bien, como algo inherente a la realidad de toda creación. Y, como tal, nunca debemos pasarlo por alto u omitirlo por creer que carece de importancia. 

Que esta del Cachorro sea una saeta compuesta en 1967 frente a la otra de 1949 es sin duda reflejo de un crecimiento. Es innegable que han pasado 18 años y, con ellos, se ha madurado lo que cualquier persona maduraría. Mas a esta supuesta edad de la saeta sevillana hay que sumar el peso del contexto al que antes aludía. La primera, como digo, compuesta en 1949 lo hace en el seno de una España y una Iglesia muy unidos y con intereses en lo espiritual parece que comunes. En cambio la sevillana lo hace en unos años en los que España y la Iglesia siguen unidos pero ya parece que los intereses de la una no son los de la otra. 

Esto viene a colación por un dato que casi siempre pasamos por alto a la hora de mirar atrás pero que, en absoluto carece de importancia: la saeta sevillana se compone en pleno pontificado de Pablo VI, el responsable de concluir el Concilio Vaticano II y aplicar todas sus consluciones. Frente al distanciamiento histórico entre Iglesia y fieles, aquel Concilio vino a abrir a aquella y a aproximarla a los fieles pues, entre otras cosas, hablaba de las relaciones sociales, de la Iglesia y del mundo moderno. La Iglesia deja de dar la espalda a los fieles. 

¿Os dáis cuenta de que habéis sido varios los foreros que habéis destacado la facilidad de esta marcha frente a su hermana cordobesa para llegar al público? Coincide en el tiempo. Cuando Gámez compone la cordobesa la iglesia y España está más cerrada sobre sí misma (época de dogmas aún). Cuando 18 años más tarde compone la sevillana, la Iglesia se está abriendo al mundo. 


La reinterpretación 

Es fácil entender que Gámez se sirviera del Cristo de la Expiración para reinterpretar musicalmente lo que 18 años antes había expresado. Para ello se sirve de un Cristo agonizante y sublime en su ideal barroco mezcla de lo humano y lo divino. 

El Cristo de la Expiración, solemne como su tarde se debate entre la humanidad que lo contempla y la divinidad que representa. Se quiere abajo, entre la gente, su gente. Pero se sabe arriba. Qué lucha más grande y prodigiosa. Teológicamente, el Cachorro es en madera el Nuevo Testamento, una cuestión que no nos ocupa ahora y sobre la que debatiría encantado en otros medios con el que quisiera. Un Dios hecho amor, un Dios hecho hombre pero un Dios que no deja de ser Dios. 

De esa trilogía tallada en madera por Ruíz Gijón se servirá entonces Gámez para reinterpretar esa lucha entre lo humano y lo divino a base no sé si de tresillos de corcheas o de qué, pero a golpe de dulce confrontación. Así re-presenta solemne al Cristo que da título a su obra al comienzo. Un Cristo inaccesible enmarcado en la más conservadora Iglesia. Un Cristo emotivo, de esa religión de se vé pero no se toca con la que se enseñaba (atemorizaba) antes. 

Gámez se distancia. Sabe que, si quiere puede escribir de manera que nadie le entienda. Sabe que se puede subir. Subir casi tan alto como el punto hacia el que mira el Cristo de la Expiración. Comienza la marcha de manera correcta, como toda tarde de Viernes Santo; políticamente correcta, que diríamos ahora. Gámez empieza escribiendo la marcha que a los del Dios de los ejércitos de los Salmos les gustaría escuchar: solemne, correcta, marcial, severa, seria. 

Pero ya vimos que los tiempos empiezan a cambiar. Y Gámez no es ajeno. Entre llamadas de marcial trompeterío asistimos al invisible milagro al que muchos entonces (y aún hoy) se resisten. Gámez, y con él el Cristo de la Expiración, se mezclan entre el gentío que contempla la escena; que lleva siglos contempando en la distancia al Crucificado impresionante que se hace más Cachorro que nunca. Se ha bajado de la Cruz y anda entre la gente de su barrio. ¿Véis por qué llega más fácil al público? 

Esta saetilla larga, de menor calidad que la de su hermana y todo lo que queráis decir y demostrar se olvida de dogmatismos para hacerse uno con el pueblo. Gámez consigue que el Cachorro no mire hacia arriba por unos instantes. Los mismos que dura la marcha. Entonces se hace tierna su estrábica mirada. Gámez ha conseguido plasmar el espíritu del controvertido segundo Concilio Vaticano. Lo divino se hace más humano y ya no se dan la espalda sino se tienden la mano. 

Sólo después de eso puede regresar el Cachorro a dormir feliz a su casa. ¿Cómo si no es a partir de una visión tan integradora cabe un final de la alegría del de esta marcha en una pieza tan seria, correcta y fúnebre como la tarde que le da nombre? 


El Fiscal de Paso

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